Vistas de página en total

jueves, 20 de diciembre de 2007

TÓPICO NAVIDEÑO

Resulta un topicazo escribir por estas fechas navideñas sobre el exceso consumista, de igual forma que hablar del pavo o, aún más, del conejo, que hay que ver la que nos está dando la opinión mediático-política con la frasecita del ministro Solbes, como si se hubiese obligado a los españoles por decreto ley y bajo pena capital a zamparse el lepórido al son de un villancico.
Parece como si a la tertulia nacional le faltasen temas para el mostrenco debate cotidiano. Pienso en la navidad a pesar del tópico, y en el disparatado montaje comercial en el que se ha convertido una tradición destinada, todo lo más, a pasar unos días con la familia, tocar la pandereta, comer turrón, ir a la misa del gallo, tomar las uvas, tener un detalle con los mayores e ilusionar a los niños el día de Reyes con unos regalitos. Los españoles nos vamos a gastar este año cerca de mil euros extras de media, lo que significa que algunos se dejaran siete mil y otros bastante menos, a pesar del bajón monetario que dicen que se nos avecina. La realidad es que uno se echa a la calle y todo es una locura: las ciudades iluminadas como si se tratase de una feria mundial, con más de un mes de anticipación a la Nochebuena y haciéndole un corte de mangas al ahorro energético; los restaurantes a tope de comidas y cenas de empresas, clubes de fútbol, pandillas, promociones académicas, cofradías de Semana Santa o asociaciones filatélicas; las tiendas y grandes almacenes a rebosar de gente que deambula a empujones, de arriba para abajo, sin saber qué comprarle a la cuñada o al novio de su prima, porque algo hay que llevarle y no una ridiculez; los supermercados abarrotados de carritos en competición, más que por llegar antes a la caja, por parecer la cesta de navidad más cara y poblada de todos los concursantes, o los cotillones de fin de año reservados con tres meses de antelación, donde cada joven participante se dejará sus buenos euros, previo presupuesto aparte en traje o vestido de diseño nocturno. Todo ello jaleado, a través de grandes campañas publicitarias, por los magnates del negocio que, a su vez, suelen ser los que nos invitan a rasgarnos las vestiduras ante los flujos migratorios: esos pobres muertos de hambre que osan venir a nuestro suelo a disfrutar también de las luces y la juerga navideñas.

Es un tópico pensar en estas cosas, pero a veces los tópicos son como el dolor de muelas: no porque duren mucho tiempo deja de fastidiar, y aquí la cosa va a más si no somos capaces de ponerle remedio y no acudimos al dentista, en este caso, a la conciencia o, si se quiere, al sentido común. Unas fechas que se esperaban como motivo de esparcimiento y relajación, vacaciones y permisos laborales, se han convertido en periodos de bulla y estrés, donde nos echamos más obligaciones que en el resto del año: comprar, comer, engordar y gastar para acabar derrengados y comenzar el nuevo año con deudas, mala conciencia y el mismo dolor de muelas. A lo mejor, con un conejo...

miércoles, 5 de diciembre de 2007

CUANDO HAY QUE ESTAR

Todos los partidos políticos y centrales sindicales han convocado una concentración en repulsa por el reciente atentado de ETA con la boca chica. Durante los días previos al acto de protesta toda la atención mediática se puso en si acudían o no acudían tales o cuales líderes, obviando el tema central y acuciante que debería haberse ondeado moralmente, y que no era otro que el de convocar a los ciudadanos a manifestarse contra el último crimen de la banda mafiosa (Digo mafiosa porque hace ya muchas décadas que ETA ha demostrado que no le mueven intereses políticos, ideológicos o territoriales para matar, sino el miserable deseo de imponer el terror en una sociedad democrática para seguir viviendo de las rentas del miedo). Pero a lo que íbamos: fue triste contemplar como sólo un puñado de ciudadanos dieron testimonio de su rechazo a los asesinos con la sangre de las víctimas aún caliente, cuando se ha llenado avenidas enteras en periodos donde no ha habido atentados, sólo para exigirle al gobierno que no intentara acabar con el terrorismo más que por la vía policial. El Partido Popular y todos los sectores de la derecha más reaccionaria, incluyendo a falangistas y neonazis, no han dudado ni por un momento en secundar las manifestaciones convocadas por la Asociación de Víctimas del Terrorismo que, con todo respeto por sus integrantes, parece echarse a la calle más por ambiciones políticas y electorales que por exigencias morales. Tampoco se ha tenido el menor reparo en jalear los insultos “anticonstitucionales” de quien, por creerse portavoz del dolor de las víctimas, exige, despotrica y calumnia, a lo Queipo de Llano, a todo aquel que no se pliega a su parecer.
Tras once meses sin muertos, ha habido lamentablemente una clara justificación para exigir esta vez, todos a una, que se acabe con toda esta locura asesina. Pero no. Ni izquierda ni derecha, ni arriba ni abajo, allí estaban muy poquitos, y si acudió algún representante político fue a regañadientes y al final, después de analizar con lupa el formato, la consigna, las pancartas, los comunicados y hasta la vestimenta de los manifestantes, no fuera a ser que sus futuros electores les confundiesen con otros.. Si, a decir verdad, debemos felicitarnos, o al menos respirar en paz, porque por una vez la oposición apoye al gobierno en la lucha contra el terrorismo después de este último atentado, no debemos contentarnos con el tímido resultado de la respuesta ciudadana. Ni ETA ni ningún tipo de terrorismo llegará a su fin si no es por el constante repudio de la gente que lo padece, pues el mejor escondrijo que puede encontrar un asesino en serie es el silencio y el encogimiento de hombros de la sociedad, como ocurrió en Alemania durante la barbarie nazi y los campos de exterminio. Si la gente de este país está un poco harta de tanta manifestación manipulada, de tanto mitin patriotero y de tanta intolerancia disfrazada, que no decaiga cuando suena un tiro y marchemos pacífica y machaconamente a decir basta. Que nadie interrumpa nuestro paso ni acalle nuestra voz. Que tomen nota los unos y los otros.

lunes, 26 de noviembre de 2007

ORÍGENES PARA UN FUTURO: FLAMENCO Y MUSICOLOGÍA

Es curioso que una de las manifestaciones expresivas más importantes de la cultura occidental, como es el flamenco, no despierte entre sus profesionales y estudiosos todo el interés que las nuevas técnicas aplicadas del arte comparado suscita en otras disciplinas análogas. Desde hace varias décadas es imposible concebir la evolución de cualquier tipo de música, literatura o artes plásticas sin tener en cuenta el seguimiento de cuanto se ha cruzado en sus caminos. Cualquier roce, acercamiento o fogonazo aparentemente casual influye en el otro, no sólo circunstancialmente, sino incluso desviando aquello que creíamos su inalterable destino. Así, si resulta incompleto concebir la música de Beethoven sin la poesía de Goethe, o a Picasso sin las máscaras africanas, no podremos construir un mapa general del flamenco sin un estudio valorativo de todas las culturas transversales que han ido configurando su resultado final. Más aún, cuando se habla en estos últimos tiempos de fusión como insignia de una sociedad global y, por tanto, de una representación artística que traspasa límites y fronteras artificiales.

De la misma forma que, en el presente, el flamenco acude a otras músicas más o menos lejanas para continuar su desarrollo y dirigirse a una audiencia más universal, donde las prestaciones del jazz, la música clásica, el fado, el tango o los denominados sonido étnicos son habituales, en el pasado más remoto fueron otros elementos los que impulsaron su nacimiento, y otros muchos los que, en continua mezcolanza, fueron dando forma a su propia existencia autónoma, tal y como la hemos conocido desde el siglo XIX. Si es verdad –y parece que ya no hay duda de eso- que el flamenco halla su génesis en el norte de la India y se va alimentando de las figuras rítmicas, melódicas, tímbricas, literarias y gestuales que va encontrando a través de un sinuoso recorrido euroasiático hasta llegar a Andalucía, ¿cómo no van a hallarse en su más hondo tesoro, las perlas y las joyas heredadas de la música persa en sus dos grandes apartados, el clásico y popular, o los cantos de Cashimira, o los ecos de Siria y Mesopotamia, o el gran melisma bizantino o los ritmos húngaro-rumanos, de los que se intuye una nada casuística derivación, sobre todo a partir de los análisis de Kodaly o Bartok?

Quizás hemos pecado de cierta vaguedad a la hora de remitirnos a los orígenes de nuestro arte por varias razones. Una de ellas es porque hemos preferido otorgarle ese carácter esotérico y milenarista que empaña a toda cultura de raza, abusando del duende y de lo espontáneo como enemigos de la razón y del espíritu científico; otra ha venido provocada por un excesivo voluntarismo, en la mayoría de lo casos obligado, ante el escaso conocimiento e información puestos al alcance de flamencólogos y aficionados que han tentado posibilidades al azar, por puro olfato intuitivo, pero sin el rigor que requiere el rastreo investigativo, la comparación sistemática o la apreciación global de un fenómeno que se nutre de variadísimos componentes a través de un sinfín de raíces. Por supuesto que gracias a la aportación de estos estudiosos hemos podido saber y disfrutar mucho más de cuanto entendemos por cultura flamenca, ya que su inestimable labor ha propiciado la catalogación, el contacto y la cohabitación de cantes y bailes escondidos en los pliegues de un complejo bordado. Pero nos referimos, no sólo al presente o al pasado inmediato, sino a un largo viaje que en este caso consistiría en hacerlo al revés, es decir, desde el punto de llegada hasta el de origen, siguiendo un hilo de Ariadna prendido entre unas músicas que aún se conservan intactas, por allí donde el flamenco ha vivido su primera infancia o, para ser más exacto, su período de gestación
.
Uno se podría preguntar si el desentrañamiento del pasado nos llevaría a disfrutar más del presente, o si toda ese presunto saber aumentaría nuestra emoción ante unas buenas siguiriyas. Pero lo que está claro es que la memoria de lo acontecido esclarece el porqué de las situaciones. Se trata, por tanto de tener conciencia de esta música, del mismo modo que la tienen los artistas que la transmiten y la crean, para así luchar contra el olvido y la especulación, sobre todo en una sociedad empeñada en uniformarnos a todos bajo el pretexto de la globalización. No se trata de aferrarnos a nuestro propio ombligo sino de ser universales, en la medida en que permanecemos únicos e intransferibles, en pugna directa contra el olvido. Por eso es indispensable comenzar a indagar en el flamenco con los protocolos y materiales necesarios para sacar en claro una serie de percepciones que han pululado por la imaginación del aficionado durante años y qué pueden ser ciertas o no. Ocurre que este apasionante e inexcusable trabajo habría que emprenderlo desde la órbita de la musicología, entendiendo por esta disciplina la facultad de indagar en los caminos de la expresión sonora, su fenomenología y su historia, desde una perspectiva principalmente musical. Pero no nos podemos olvidar de los estudiosos provenientes de otros campos, que se han acercado al flamenco por sus letras, su baile o el embrujo de sus cantes, y que naturalmente poseen una experiencia e incluso un conocimiento de su acervo más completo que el de muchos musicólogos. Por tanto, habría que emprender una labor común, lo suficientemente consensuada y promovida por las instituciones dedicadas a propagar y preservar el patrimonio flamenco, un proyecto que comenzara por crear de una vez asignaturas y especialidades en los conservatorios y escuelas de música, de la mima manera que ya se han llevado a cabo con el mundo del jazz o la música moderna. O fomentar departamentos universitarios, concretamente allí donde se imparten carreras relacionadas con el arte, la música y la literatura, de manera que los futuros investigadores puedan adentrarse en el territorio del flamenco desde sus respectivas áreas. O incitar, por medio de becas y bolsas de viajes, al estudio in situ y al trabajo de campo que, por medio de grabaciones, escrituras pautadas, nuevos recursos gráficos, seguimiento de las transversalidades y análisis comparativo, fijen una nueva estructura basada en los hechos empíricos más que en el presentimiento. O convocar encuentros y congresos onde investigadores, lamencólogos y musicólogos de diferentes procedencias, escuelas y geografías puedan contrastar sus conocimientos y sus pareceres acerca de una forma de expresión vital cada vez más frecuentada, imitada y respetada en todos los lugares del mundo. Hoy este trabajo no solo puede sino que debe realizarse, porque además de resolver uno de los enigmas más secretos de nuestra cultura, seguro que nos invitaría a mirar más hacia afuera y a compartir el misterio de otras músicas, al tiempo que nos ayudaría a trazar un futuro acorde con el mestizaje actual y respetuoso con la tradición.

MÚSICA EN CÁDIZ

Escribe George Steiner sobre la musicalización de la cultura como uno de los grados ineludibles del humanismo contemporáneo. La música, como la poesía, encierra en sí misma la memoria de los pueblos, y desde ella se rescata todo lo que fuimos y deseamos ser. Por eso es necesaria si no queremos dejarnos caer por los desfiladeros del olvido, que es el lugar destinado a las sociedades mudas y sin posibilidad de canto alguno. Teñir con música aunque sea un minuto de nuestro tiempo es un acto de rebeldía, en cuanto nos recordamos a nosotros mismos.

La celebración en Cádiz por cinco años consecutivos del Festival de Música Española debe ser motivo de alegría y felicitación a sus organizadores por parte de los ciudadanos. No deja de ser un acontecimiento que una ciudad que perdió su tradición musical hace muchas décadas intente recuperar ese hilo necesario que le une con la historia. El Festival nos ofrece la ocasión de escuchar, y en algunos casos descubrir, una serie de obras de nuestro patrimonio, desde la antigua polifonía renacentista hasta la época contemporánea, como es el caso de Sánchez-Verdú, compositor gaditano y algecireño, posiblemente el más internacional de todos los jóvenes músicos españoles. Pero me gustaría incidir en tres cuestiones que me parecen fundamentales para futuras ediciones. Está muy bien que durante los días quee dura el Festival hagamos un repaso por las orquestas andaluzas, como ha venido siendo habitual ¿Pero no sería más correcto que tal rodaje existiera durante todo el año, de manera que los gaditanos, ya que como andaluces contribuimos a su mantenimiento, disfrutáramos de las orquestas de Sevilla, Málaga, Córdoba o Granada. Ese sería un esfuerzo, no sólo de la Junta, sino de nuestras instituciones gaditanas, públicas y privadas, para crear una afición permanente.

Otro punto importante sería la revitalización de la Orquesta Manuel de Falla, apoyada económica y moralmente, con una política musical lo suficientemente coherente y atractiva como para desarrollar una labor educativa y musical en todo el territorio de la provincia, en la que nos impliquemos todos, incluso creando una sociedad filarmónica. ¿Quién no adquiriría los abonos para ocho conciertos anuales, por ejemplo?
La colaboración del Festival con la Cátedra Manuel de Falla del Conservatorio de Cádiz está dando buenos frutos, pero sería deseable una mayor graduación de este centro, con apertura de nuevos departamentos instrumentales que permitiera la formación completa de nuevos músicos gaditanos que en un futuro próximo pudiesen incorporarse a nuestra orquesta o fundar nuevas formaciones musicales.

Por último, cuando el Festival se estaba gestando se barajó la idea de ampliarlo a la música iberoamericana, pero por una serie de circunstancias se optó por limitarlo a la española. Cádiz posee la plataforma histórica y geográfica ideal para ser transmisora entre dos tradiciones sonoras que parten de un mismo tronco ¿De cara a los actos de 2012 no sería oportuno para todos abarcar sus competencias a Iberia (España y Portugal) y al continente americano. Estaría bien que al lado de Cristóbal de Morales o Turina se oyeran partituras barrocas halladas en las catedrales México o Lima, o los compases de Silvestre Revueltas, Carlos Chávez, Lecuona, Ginastera, Villa-Lobos o Piazolla, por citar a los más conocidos. Sería una forma de dar coherencia a nuestra vocación atlántica por encima de los fastos que nos esperan.

jueves, 8 de noviembre de 2007

EL MISMO MAR

Como apuntaba el pensador Gastón Bachelard, el hombre tiende siempre a bañarse en el río de su infancia, por muchos que haya conocido en el mundo. Es el caso de muchos artistas y escritores gaditanos que, como Alberti, Quiñones o Caballero Bonald, no sólo han reconstruido el paisaje de Cádiz como geografía de sus propias obras, sino como pretexto y motivación para desarrollar su aventura expresiva. Difícil es ya contemplar la bahía, escuchar el habla de nuestra gente o entender las tramoya de las bodegas y los laberintos de las marismas sin la aportación de estos autores. Nos han invitado a observar nuestro entorno desde otra mirada, y en algunas ocasiones nos han enseñado a mirar por vez primera. Hay músicas de Falla que guardan tras de sí la algarabía de las calles gaditanas o el batir de las olas del mar, como sucede en El retablo o en el Concerto, por mucho que estas obras pertenezcan al periodo “castellano” del compositor. Sucede otro tanto con la luz plateada que nos enfoca: la captamos mejor después del testimonio pictórico de Federico Godoy, Abarzuza, Francisco Prieto o el salvadoreño Pedro de Matheu, por no hablar de pintores contemporáneos como Carmen Bustamante, Pérez Villalta, Manuel Benítez Reyes o Hernán Cortés. El arte es una inevitable transacción, pues este surge del barro que le rodea y, una vez que ha tomado forma, se devuelve a sus orígenes.

El poeta Carlos Edmundo de Ory ha depositado parte de su legado en la Caja de las Letras del Instituto Cervantes. Nadie sabe en que consiste tal donación, que no debe ser desvelada hasta dentro de quince años. El propio escritor habló del secreto como símbolo de una larga partida de la que aún no se ha cansado de jugar. Un secreto –dijo- que inmediatamente debía ser olvidado por él mismo en el momento en que se cerrara la caja fuerte. Y es curioso que de las pocas cosas que habló para los asistentes al acto, se acordara dos veces de su tierra. Dentro de quince años –dijo- mi nombre quizás sea olvidado como este secreto y sólo sirva de rótulo de alguna calle de Cádiz. Es simbólico que yo que he venido tanto a este edificio cuando era banco, venga ahora con este secreto de mi vida, como lo es también que acabe viviendo en la localidad francesa de Thezy, que viene de Tarsis, igual que Cádiz, dijo.

Ory es quizás el poeta menos localista de todos los gaditanos. No abundan en su obra los cantos a su tierra natal, ni las referencias inmediatas a lugares concretos. Es más, todo se dilata hacia el exterior, hacia otras músicas y culturas, convirtiéndolo en uno de los poetas más exógenos de la lengua española. Pero el azul y el océano, la luz originaria y su primera mirada desde su cuarto en la Alameda señalaron su destino: “Desde muy adolescente en Cádiz en el Sur/ marchaba por las calles leyendo ciertos libros/ Las noches no dormía y pensaba en el mar/ y decidí ser monje en el futuro...” De esta manera se cumple un ciclo inevitable o una canción que eternamente retorna al mismo sitio, como al río de la infancia o en este caso el mar.

miércoles, 24 de octubre de 2007

POR TARANTOS

Hace dos días que se vuelve a escuchar por los mentideros y tertulias aquello de que “los andaluces no tenemos remedio.” Un tópico mal fundado si ignoramos cuánta carga hemos tenido que soportar los ciudadanos de a pie para levantar la cabeza con dignidad, por encima de una clase oligarca, paleta y desletrada, obstinada en mantenernos gachos, míseros y silentes durante siglos. Un tópico no demasiado descabellado, sin embargo, ante la propuesta de que el himno oficial de Andalucía sea cantado por tarantos. Habría que matizar y decir que “la derecha andaluza no tiene arreglo”, ya que la genial idea se le ha ocurrido a Javier Arenas, reiterativo pretendiente a presidir nuestra comunidad, apoyado por la cúpula de su partido. Lo que parece de coña, va en serio. Intentan que, consensuado por todos los grupos parlamentarios, el próximo cántico regional-patriótico vaya acompañado de palmas y guitarras, teniendo como modelo la versión que, del himno de Blas Infante, hace Rocío Jurado en la película “La Lola se va a los puertos”. Ahí queda eso.

Que el himno de los andaluces es difícil de entonar ya lo sabemos, y que no nos ponemos de acuerdo en su silabeo, lo comprobamos cada vez que tenemos que hacer una exaltación coral colectiva. Pero de ahí a optar por semejante proposición me parece un dislate más, de esos a los que últimamente nos tiene acostumbrado Mariano con el cambio climático y Esperanza Aguirre con el rey. Con todos mis respetos por nuestra llorada tonadillera, que cumplió profesionalmente con su papel asignado en el filme, no parece de recibo intentar que todo un pueblo adopte los jipíos y los tonos de la ilustre señora. A no ser que estos señores sigan considerando al pueblo andaluz como extras de un melodrama folclórico dirigido por ellos mismos, no con guión de los Machado –como la primera versión llevada al cine en 1947- sino del propio Arenas, corregido por el omnipresente Aznar, que tanto sabe de la historia de Al-Andalus.

Lo que nos faltaba a los andaluces era un himno más movidito, para que cada vez que se terciara y allá donde estuviéramos, ponernos el traje de faralaes, el sombrero de ala ancha y arrancarnos por tarantas, y luego por tanguillos y sevillanas para “seguir siendo lo que fuimos” o lo que algunos quisieran que fuésemos para siempre. No “hombres de paz y esperanza”, sino gañanes y esclavos a su servicio, como así lo ha demostrado el señoritingo cada vez que ha tenido la oportunidad. No sé si a los andaluces nos hace falta himnos o no, pero lo que está claro es que ahondar en la topiquería no nos conduce a nada bueno. Nuestro flamenco pertenece a un patrimonio serio y profundo que no tiene porqué manifestarse malamente, fuera de su sabio contexto. Lo demás es caricatura, más propia del nacional-flamenquismo que de un espacio abierto a los avances sociales y culturales como en el que queremos vivir. Que no nos den un himno para ayer sino una música libre para hoy y mañana.

martes, 23 de octubre de 2007

LAS VARAS DE MEDIR


El valor que le otorgamos a la vida cambia continuamente de posición. Según lugar, tiempo o circunstancias, así justificamos más o menos la aniquilación del otro. Y no digamos cuando el prójimo –que es paralelo a próximo- vive en la conchinchina, practica religiones diferentes, habla lenguas ininteligibles o tiene otro color de piel. Cuanto en un momento determinado nos parece un crimen irreparable, llevado a cabo por mentes asesinas sin un mínimo de piedad, en otras ocasiones lo justificamos o, cuando menos, hacemos la vista gorda.
El mundo se desangra día a día a causa de la ambición y la intolerancia, no ya por hambre o por enfermedad, que es una cínica e infame manera de dejarlo morir, sino a causa de guerras provocadas, odio, violencia y terror indiscriminado. Antes podíamos decir que no nos enterábamos ni de la mitad. Ahora recibimos noticia de cada asesinato casi en directo. Nos hemos ido acostumbrando al exterminio con lasitud y naturalidad, hasta el punto de que ya su información cotidiana forma parte de nuestra dieta. Sin ir más lejos, el otro día nos anunciaban el bombardeo de una escuela coránica paquistaní, bajo excusa de que allí se refugiaban talibanes muy peligrosos . Daba igual que la mayoría de las víctimas fueran niños o jóvenes, puesto que ya el previo comentario de la acción justificaba nuestras conciencias: “esos pequeños cuerpos inocentes estaban llamados a convertirse en futuros terroristas”. El reciente asesinato, por ejemplo, de la periodista Anna Politkóvskaya, convertida en el máximo símbolo crítico con la política del presidente ruso con respecto a Chechenia, ha ocupado durante unos días los titulares de los periódicos para que no ocurra absolutamente nada. Ahí sigue Putin permitiéndose perdonarle las vidas a los líderes mundiales, sin que nadie le diga ni pío. O el presidente de China, un país donde se ejecuta y encarcela cotidianamente por el hecho de reivindicar las mínimas libertades democráticas, agasajado por las grandes economías. Y qué decir de Bush, cuya obstinación al servicio de la facción más salvaje del capitalismo americano nos ha llevado a una guerra inútil, injusta y fracasada, tras la que todo será peor. Ahí sigue, tratando de superar sus bajos niveles de popularidad. Lo malo es que con la vida humana nos ocurre lo mismo: sube y baja en nuestro baremo moral con tremenda facilidad. Antes llamábamos resistentes a quienes se oponían, incluso con violencia, a la invasión de sus territorios por tropas extranjeras. Antes había “héroes” que luchaban por los derechos de los más débiles contra los poderosos. Si Che Guevara hubiese registrado la marca de su efigie, su familia sería hoy multimillonaria de tanta camiseta y tanto póster que se han vendido. Que vaya tomando nota Hasan Nasralá, el líder de Hezbolá, cuya foto se exhibe en todos los autobuses, coches, casas y comercios del mundo árabe como el mejor guardián de sus fronteras. Antes eran héroes y ahora son terroristas. ¿Qué ocurre entonces con nuestras conciencias? ¿Se ajustan a las varas de medir que nos brinda el poder o, por el contrario, se acomodan a nuestras conveniencias, seleccionando a los muertos para seguir viviendo sin reparo

LA IGNORANCIA

El desconocimiento de las cosas suele conllevar cierta arrogancia, hasta el punto de convertirse en un peligro para la humanidad. Ocurrió en tiempos de la Inquisición, cuando algunos sostenían que la tierra giraba alrededor del sol y no al revés, y ocurre ahora cuando, a pesar de pruebas fehacientes y amenazadores vaticinios, continuamos ayudando a calentar el planeta y acabar con sus recursos naturales, por medio de todo tipo de detritus contaminante. Aquello que no conocemos no existe. O por lo menos, como agnósticos del medio ambiente, no nos preocupa. E incluso nos permitimos hacer chistes y bromas de cuanto es objeto de nuestra ignorancia. De todas formas, hay colectivos más proclives al fácil chascarrillo que otros. Los hispanos de ambos lados del Atlántico pecamos, por ejemplo, del uso de la descalificación. Recuerdo que cuando le otorgaron el Premio Nobel a Jaroslav Seifert –uno de los grandes poetas europeos del siglo XX-, muchos intelectuales latinos despotricaron públicamente por haber desperdiciado la oportunidad de habérselo concedido a Borges en vez de a un escritor anónimo. “A mi no me suena-fue la frase más común entre los encuestados- así que no debe ser muy allá.” A ciertos sectores de la derecha española le ha pasado lo mismo ahora, con ocasión del último Premio Cervantes. He escuchado y leído varias opiniones que se repliegan en la misma consigna. Es decir, todo lo que se prima, reconoce o dispone bajo este gobierno obedece a intereses espurios movidos por un odio ancestral que su presidente se empeña en revivir. La mayoría de esta gente no sólo no ha leído dos líneas de Antonio Gamoneda, sino que pone en duda su valía literaria por el hecho de ser amigo del padre de Zapatero. O porque, como no podía ser menos, el poeta es de izquierdas y, además, pobre, pasó frío en su infancia y tuvo que trabajar en el carbón y en la oficina. Según sus criterios, al jurado del galardón más importante de la lengua española deberían ponerle cotas: no votar por personas que hayan escrito silenciosamente su obra sin concesiones a la galería y sin alharacas públicas, ni que le unan lazos de amistad con la familia del presidente de gobierno si, al menos, este es socialista.
Ni falta hace decir aquí que Gamoneda es una de las voces más profundas de nuestro tiempo. No hay otro poeta capaz de hablar desde dentro del desgarre humano como él lo hace. Lo que pasa es que siempre navegó a contracorriente de modas e imposiciones estéticas y, tras muchos años de silencio, su libertad se alza sobre todo tipo de sujeciones y prejuicios nacionales. El hecho de que muchos lectores no hayan podido disfrutar de sus versos no es un demérito del poeta, sino de una endogámica cursilería paleta que permanece en nuestro país desde que la instauraron los Reyes Católicos. Se ignoró a Almutamid, lo mismo que a Góngora, a Blanco White o a Cernuda, queriendo hacer de la historia un árbol genealógico lleno de los mismos apellidos. Pero al final, esas personas desconocidas, solas y raras, acaban desterrando ese rancio desdén empecinado en la ignorancia.

miércoles, 10 de octubre de 2007

SALVOCHEA Y EL CHE

Es curioso que en menos de quince días se hayan cumplido los aniversarios de la muerte –cien y cuarenta respectivamente- de dos iconos de la revolución social: Fermín Salvochea y Ernesto Che Guevara. Salvando el alcance mediático de cada uno de ellos, los dos incrustaron un pórtico en sus vidas con la máxima común de liberar al ser humano de cualquier tipo de esclavitud, sin importar raza, religión o nacionalidad. Nuestro héroe local trascendió los límites que le otorgaba su bastón de mando como alcalde de la ciudad de Cádiz para exportar sus ideas libertarias al resto de España. Allí donde exista un oprimido-decía- se desata el espíritu de la lucha por la humanidad. El guerrillero argentino, por otra parte, se caracterizó por no conformarse con la conquista de ninguna parcela que no condujera a la revolución universal. Podía haberse acomodado en Cuba, gozando de una privilegiada posición como héroe de una nueva izquierda y vigilante del nuevo ensayo revolucionario que atrajo todas las miradas de la izquierda internacional, pero prefirió continuar con su trabajo de guerrillas fuera de los despachos ministeriales, sin importarle lenguas ni fronteras, alternando, eso sí, su enorme noción de la utopía con el abultamiento de una mítica personalidad que, tarde o temprano, conlleva una dosis de arbitrariedad en el ejercicio del poder.
Salvochea no rozó ni por asomo el nivel de marca registrada que caracterizó el nombre del Che. Eran otros tiempo y su carácter estaba más cerca del anonimato que del protagonismo histórico. Pero al margen de los aciertos y errores que ambos personajes pudiesen cometer en el intento de aplicar sus ideas, brillaba una por encima de todas, que se significó por su alcance planetario. Esa creencia en la humanidad como única patria tenía un enemigo común que se atrincheraba bajo el baluarte del nacionalismo, engatusando a sus soldados con conceptos engañosos y hueros, que les llevaban a desviar el verdadero motivo de su combate: no luchar por la propia emancipación como persona, sino por el presunto orgullo de pertenecer a un determinado lugar del mundo, chico o grande. Lo importante es que esa gente se confundiera de bando y acabase disparando a sus propias filas. El nacionalismo siempre ha pretendido inventar un ogro fuera de casa, que pretende acabar con sus inquilinos, con su hogar y sus posesiones. Por eso, lo primero de todo es hacer piña con el casero y continuar pagándole el alquiler sin rechistar, por muy alto que éste sea. Es el antídoto contra cualquier veleidad de expansión libre que se instale en el ser humano. El nacionalismo vuelve manso a sus huestes, haciéndoles creer que son espíritus rebeldes: “entonen himnos y ondeen banderas contra los de allí, mientras aquí os chupamos la sangre”. Por eso, Che Guevara y Fermín Salvochea nos advirtieron de que el nacionalismo siempre fue de derechas y jamás podrá ser de izquierda. Es más, cuando esa izquierda echa mano de las consignas y argumentos nacionalistas es que se está apartando de su propia razón de ser y, por tanto, aproximándose a las ideas conservadoras, como ha ocurrido con los regímenes comunistas atascados en su propia estatificación. O en presuntos grupos izquierdistas que anteponen la barretina o el chistu a la grandeza de la libertad. Así que ojo con el casero.

martes, 9 de octubre de 2007

EL SANTO CALOR

Está claro que una de las diferencias más notables entre el norte y el sur es la temperatura. El frío y el calor no sólo influyen en las costumbres cotidianas de sus respectivos habitantes, sino en los más recónditos aspectos del comportamiento, desde la economía hasta la sexualidad. Entendemos que tanto los largos anticiclones como las insistente borrascas incidan, por ejemplo, en la manera de comer o en la forma de llevar la gorra, pero es más chocante que determinen los sentimientos religiosos de toda una comunidad. Uno se imagina que a Dios debe darle lo mismo los cuarenta grados del verano andaluz que los gélidos parajes de los fiordos nórdicos. Pensará que cada uno se las apañe como pueda para hablar con la Providencia, pues él ya ha hecho lo suficiente con traernos al mundo, no importa a qué parte. La realidad es que el frío invita a quedarse en casa y a mantener sosegadas y profundas conversaciones con el contertulio, ya sea un amigo o el mismísimo creador. El calor, sin embargo, anima a salir a la calle hasta altas horas de noche y proclamar la fe a los cuatro vientos, bien en forma de romería, verbenas o procesiones. Que se lo digan a Cádiz si no, que en lo que va de verano ha coronado a vírgenes, exclamado pregones y mecido imágenes por sus calles, como un mágico estiramiento de su Semana Santa, y uno no sabía de pronto si ponerse el bañador o el capirote.
Se han escrito muchas páginas ensalzadoras del extrovertido carácter andaluz y de la exaltación de su expresión religiosa. Y todo por el calor. Si nos fijamos bien, la mayoría de las manifestaciones populares andaluzas tienen que ver con la religión, y en todas ellas la Iglesia regentea, aunque a veces las autoridades episcopales reprendan a sus fieles por un excesivo profanamiento de la tradición. Resulta lógico que los pastores se preocupen por el rumbo de su rebaño. Lo que no encaja muy bien es que todo este tipo de acontecimientos sean promovidos, subvencionados y multiplicados por las administraciones locales o comunitarias, que se suponen que velan por los intereses de una sociedad laica como la nuestra. No hay una televisión pública en el mundo donde se le conceda tanto espacio a curas y capillitas como en Canal Sur, para después que vengan a reclamar objeción de conciencia ante una tibia asignatura, en la que pueden también mangonear, como en las procesiones. Deberían los responsables de la emisora autonómica comenzar una verdadera “educación de la ciudadanía” demostrando a sus telespectadores que la verdadera cultura andaluza va más allá de un Jueves Santo, un Rocío, un Corpus o una cofradía que se echa a la calle en pleno verano para conmemorar la erradicación de la peste hace 325 años, y objetar ya de una vez por todas. Será el santo calor.

UMBRAL

Cuesta en el día de hoy empezar una columna periodística sin rendir tributo a uno de los padres del género cuando se acaba de morir. Como a los hijos, la muerte real del patriarca nos abruma la conciencia, aunque en vida hayamos intentado matarlo simbólicamente varias veces, por aquello de conquistar nuestra independencia. Muchos somos los periodistas españoles que hemos aprendido el oficio a la sombra de las palabras de Francisco Umbral, y también muchos –o tal vez los mismos- los que hemos dudado de su coherencia profesional, quizás por el hecho de haber regalado lisonjas y piropos a personajes y propuestas políticas que, en un principio, fueron desdeñadas por la aspereza de su pluma. Lo cierto es que hasta sus más agrestes bandazos ideológicos han sido expuestos sobre el papel con sagacidad e ironía, provocando una sonrisa incluso en los adversarios a sus nuevas posiciones. Les dio la mano a todos y al rato renegó de ellos, así como abrazó de pronto a quienes había menospreciado por su pasmosa vulgaridad. Ahí están sus artículos diarios, fechados desde los tiempos del franquismo, donde adoptó una postura ecléctica, que fue incluso castigada desde el poder de entonces por su eclecticismo, hasta las peanas y monumentos metafóricos al “esperado” Aznar, que venía a salvarnos de los despropósitos de su también admirado González, “artífice de la modernización”, “estadista de primera”, quien había enterrado para siempre la “ambigüedad alcanforada” de Suarez, “prohombre de España y llave de la libertad” (El entrecomillado es hemeroteca). Umbral es ante todo memoria de la reciente historia española, y como catalizador cotidiano de los hechos que constituyen ese fragmento memorístico, ha jugado a esta especie de travestismo sin más pudor que el de ofrecer a sus lectores un reflejo de una sociedad cambiante y variopinta, anatomizada tal vez en su persona.
“Iba yo a comprar el pan…” Toda una generación recuerda ese preludio como el principio de la misa. A partir de ahí toda una fila de personajes de actualidad desfilaban por el artículo con la misma fluidez que el Cid Campeador o Felipe II por los libros de historia. Supo aunar literatura y periodismo con naturalidad, porque él era escritor y periodista como consecuencia de una mirada y oído que radiografiaba y auscultaba íntimamente a la sociedad de su tiempo. Se decía que si tu nombre no salía en negritas en la columna de Umbral no eras nadie, y así se formaba un corro de subdiáconos y monagos por donde pasaba, desde las tertulias del madrileño Café Gijón hasta el distinguido Club XXI. Todo ese incienso y boato le fue haciendo más áspero y ansioso, hasta acusar de conspiradores a quienes no acababan de laurear su labor literaria. “Al fin hemos ganado” le dijo a Pedrojota cuando le concedieron el Cervantes. ¿Quiénes a quiénes? Hoy, si nos contempla ya desde el inmortal Parnaso, seguro que se ha encontrado con Rilke y le habrá sugerido aquel verso final de su Réquiem para el poeta Wolf von Kalckreuth: “¿Quién habla de victorias? Sobreponerse es todo.”

BARBACOAS

No hay asunto que le siente peor a un político que tomar una medida impopular, por más justa y necesaria que esta sea. El miedo a la crítica ciudadana y a la posible pérdida de votos en las siguientes elecciones le hace comulgar con ruedas de molino antes de llevarle la contraria a la opinión mayoritaria. Confundiendo el ejercicio de la democracia con el aplauso diario y la posición en el termómetro de la popularidad, muchos de nuestros representantes se dejan arrastrar por aquello que llaman la expresión profunda del pueblo, contraria a veces a los intereses generales del ecosistema, a los principios elementales de la civilización o simplemente al buen gusto y las buenas costumbres. De esta manera, se promueven, desde los poderes autónomos y municipales, espectáculos que dañan el paisaje urbano y el oído de los vecinos, fiestas patronales que lindan con el sadismo y la salvajada, masivas romerías contaminadoras de espacios protegidos y todo tipo de chabacanerías en nombre de una pretendida raíz popular que, en la mayoría de los casos, no resistiría el más mínimo estudio antropológico.
La tradición de las barbacoas del Trofeo Carranza, por ejemplo, es de antesdeayer, bastante más corta que la de la competición deportiva. Los gaditanos que tenemos más de cuarenta años recordamos el Trofeo como un acontecimiento relativamente tranquilo, donde la gente que no iba al fútbol se paseaba por las cercanías del estadio, al olor de los pinchitos morunos y las sardinas que se asaban en los chiringuitos ambulantes montados para la ocasión. En la playa, algunas familias prolongaban el día agosteño hasta que terminaran los partidos nocturnos. De pronto, esta sana costumbre que no hacía mal a nadie se institucionalizó y ahí la cagamos. En nombre de no sé que costumbre ancestral, a los gaditanos le dieron un trozo de carbón y una sardina y le conminaron a celebrar los goles marcados y recibidos por el equipo local a golpe de barbacoa. Ruidos, basuras, vidrios rotos, cenizas, colillas y una peste insoportable a pringosos asados invade desde entonces kilómetros de arena una noche cada verano, pese a los ya demostrados perjuicios que la graciosa algarabía causa en el litoral. Eso sin contar el lamentable espectáculo de un magno botellón de mal gusto y peor resultado.
Ni el Ayuntamiento, ni Demarcación de Costas hablan claro, ni se atreven a solucionar el problema de una vez, que sería prohibiendo un festejo gregario, insulso y hortera que no conduce más que a acabar para siempre con la blancura y limpieza de nuestras playas, de las que tanto alardeamos cuando llega la hora de la autocomplacencia local. En vez de gastar dinero en consejos preventivos que no sirven para nada, porque al ciudadano no se le educa una vez al año por medio de cartelones, a ver si todos los políticos implicados en este asunto tienen el valor de apelar al sentido común y atajar el tema del tirón, explicándole a los gaditanos el porqué de esta decisión “impopular”, sin temor a la inmediata pataleta, a las gacetillas de turno o a la presunta fuga de votos. Hablando claro nos entendemos todos, y la ciudadanía es la primera en asumir sus intereses si se les sabe explicar con raciocinio. Lo demás es demagogia barata y populismo de la peor calaña.

BICENTENARIO TERAPÉUTICO

No se trata ni de dejarse la propia piel –que es la de todos los gaditanos- en la rehabilitación del Castillo de San Sebastián –que dice la alcaldesa-, ni de montar una feria de vanidades y escaparates para el Bicentenario, sino de dar el salto cualitativo para dejar, de una vez por todas, de ser chapuzas y cutres. Cádiz y toda su provincia se merecen estar a la altura de las circunstancias, y para eso deben llevar a cabo en su conjunto una profunda revisión de sus males endémicos: es decir, de sus complejos, traumas y carencias que imposibilitan su avance social, económico y cultural, hasta el punto de haber hecho de la zona una de las bolsas de desempleo más abultadas de Europa.
De nada nos valdría la celebración de 1812 sin la convicción auténtica de que Cádiz debe transformarse en un espacio estratégico para el futuro de las relaciones internacionales a las que el mundo global está llamado. Su situación en la historia y en el mapa geopolítico no puede ser más privilegiada: puente entre Europa y África, portal americano, piedra angular de toda la cuenca mediterránea y faro atlántico para una civilización más abierta y luminosa, donde priven los intereses humanistas y culturales sobre los meramente crematísticos. Para apuntarse a la cultura del cambio hay que estar convencido y dispuesto a dejar atrás todo aquello que nos ata a una falsa tradición, impidiéndonos el libre avance como ciudadanos universales. Muchas veces, desde el poder y desde el fondo de nosotros mismos, alimentamos determinados aspectos y conductas que nos definen como grupo, creando así un círculo local autocomplaciente donde mirarnos constantemente el ombligo: círculo de orgullos y lamentaciones a la vez, trampa de la nostalgia que nos retiene y nos amolda. Por eso es necesario que todas las instituciones políticas, colegios profesionales, entidades culturales y ciudadanos independientes que integran las comisiones y mesas del Bicentenario tengan en cuenta y asuman este reto común, terapia necesaria para que Cádiz no se permita perder la oportunidad única de situarse a la cabeza de todas sus potencialidades, olvidadas tal vez por un cierto desdén colectivo, una especie de conformidad y aburrimiento que durante muchos años han dominado gran parte de nuestro carácter, al margen de las archisabidas simpatías y generosidades que nos otorga merecidamente cualquier guía turística.
Lo peor es empezar la casa por el tejado. Inversiones, estructuras, carreteras, trenes de alta velocidad y monumentos son absolutamente necesarios para crear ese nuevo edificio, pero si no lo sabemos rellenar de un contenido solidario y humano, constantemente cambiante y, al tiempo, generador de ideas, progresista y dinámico, las fechas de 1912 servirán sólo para recordar lo que fuimos hace dos siglos, y no como punto de partida para la libertad futura. Por eso no es nada bueno ni las racanerías por parte de las instituciones, ni los aprovechamientos partidistas, pues poco va a implicarse el ciudadano de a pie en algo que nace cojo desde el principio. Es mucho más importante la autocrítica que el triunfalismo. Es más, sin lo primero seguiremos siendo una sociedad gregaria y chovinista. Con lo segundo elevaremos al cubo nuestras dolencias.

jueves, 5 de julio de 2007

CHICUCOS

No soy nada nacionalista y trato en lo que puedo de sacudirme el pelo de la dehesa, o sea el tufillo localista o provinciano que a todo el mundo le queda por los abrigos, aunque haya nacido en Madrid, París o Nueva York, depende. Por ejemplo, no me importa y hasta me parece lo mejor de Teófila Martínez que sea montañesa, como los chicucos de las tiendas de ultramarinos, que los llevaban a Cádiz desde el norte por un plato de habichuelas y una cama que ni siquiera era cama, sino un montón de sacos de patatas donde las criaturas dormitaban añorando los Picos de Europa. A los chicucos se les distinguía por el acento, el babi marrón y las orejas despegadas y rojas, de los tironazos que el dueño del almacén les asestaba para que aprendieran de una vez por todas el oficio. Con suerte, si el jefe no tenía hijos y nadie le ofrecía un traspaso considerable por el negocio, el servil pupilo podía aspirar en el lejano futuro a quedarse como encargado. Eso sí que era un convenio. Pero como iba diciendo, lo que menos me molesta de Teófila es que sea chicuca. Es más, creo que lo debería reivindicar en las próximas elecciones, que de cara a 2012 puede vender ese espíritu cosmopolita. Aunque dudo mucho que, ni por asomo, la cántabra corregidora haya tenido que amoldar su cuerpo a las papas, ni siquiera por una noche. Tampoco me importa e incluso disfruto con que nuestras ciudades estén cada día más pobladas de extranjeros y razas variopintas. La verdad es que tampoco me apetecería ver la calle Columela como Ceuta, llena de escaparates de tomavistas y calculadoras, tabaco y güisqui, aunque si pensamos en algunos comercios existentes, no sé qué sería mejor.
Cuando antes viajábamos por los metros de París o Londres nos maravillábamos con el calidoscopio humano que formaban los múltiples matices de la piel. España era gris entonces, hasta en los uniformes de la policía. Hoy sin embargo protestamos cuando nos cruzamos con una elegante mujer saharaui, de esas que enrollan su cuerpo con sedas naranjas o azulinas, y que, como el viento de Levante, se pasean por nuestras calles siguiendo las leyes más elementales de la naturaleza. Me gustaría también que los bares de Cádiz respondieran a esta mezcolanza cultural imparable. ¿Saben los gaditanos que la tempura japonesa, consistente en verdura y langostinos rebozados, es una variante de nuestro pescaito frito? Los primeros misioneros del Japón, jesuitas andaluces, enseñaron a freír de una determinada manera a los nuevos feligreses para guardar vigilia por las témporas, de ahí el nombre. Y con el pescado que hay en Cádiz, se imaginan el sushi y el sashimi que podrían resultar de nuestras urtas y caballas. Pero lo que ya no me entusiasma es que al Cádiz o a cualquier equipo local lo vendan a otro club como si se tratara de un contenedor de neumáticos. Por mucha globalización que exista, no me imagino al Cádiz entrenando en Shangai o al mando de los murcianos, como no me molan los ayuntamientos profesionales, esos que se nutren de una cuadrilla de ejecutivos foráneos dispuestos a gestionar el municipio como si fuera la empresa de un gran holding que, a la larga, hace caja colectiva. A este ritmo comenzaran pronto a cambiar de lugar a los ciudadanos según les convenga y nos tirarán de las orejas como a los chicucos.

IDENTITARIOS

Los nacionalismos suelen fundamentar su razón de existir en aquello que les diferencia del vecino. Para subrayar el hecho diferencial, los más interesados rebuscan con ahínco en el saco de la historia con el fin de encontrar costumbres, tradiciones y caracteres genéticos que, paradójicamente, convierta a los miembros de la comunidad en más iguales entre sí. Es lo que se llama identidad o, para más retorcimiento léxico, hecho identitario. De los tesoros más preciados que pueden hallarse en ese saco, hay dos que brillan sobre todos los demás, ya que parecen otorgar carta de naturaleza a las vindicaciones de autogobierno, independencia, nación y estado. Uno es la lengua y otro es la religión: dos códigos de conducta lo suficientemente recios como para dar confianza moral a quienes se rigen por sus normas y sistemas y, por tanto, tótemes adorados por jerifaltes y sacerdotes que aspiran a convertirse en doctos y santos regidores de la nueva administración. De ahí ese empeño en limpiar el ámbito lingüistico de interferencias y cohabitaciones, ya que de su hegemonía y preponderancia dependerá en gran medida el futuro político de su territorio. La religión, por otra parte, ha dividido y sigue dividiendo al planeta, hasta el punto de trazar fronteras antinaturales que fomentan el odio y la intransigencia, lejos así de su primigenia función, que es la de establecer un vínculo directo entre lo humano y lo divino, capaz de conducir a la paz de espíritu. Si a idioma y religión le añadimos la raza, ya tenemos el cóctel perfecto del nacionalista.
Me acuerdo de un dirigente andalucista al que convencí, en tiempos de la transición, de la importancia de reivindicar el mozárabe como lengua oficial de nuestra futura autonomía. Me inventé algunos datos en una noche de copas, y cuál no sería mi sorpresa cuando al día siguiente recibí una seria llamada telefónica para organizar una reunión sobre el tema con destacados militantes de su partido. Lo mismo me ocurrió con un participante a las reuniones preparatorias del Congreso de Cultura Andaluza. Nos pusimos alegres ensalzando nuestro pasado árabigo, y acabó postrado ante la puerta de la Mezquita de Córdoba. La cosa cuajó: fundó un nuevo partido y se hizo musulmán. No es por nada, pero había sido cura anteriormente. Todo sea que a alguien se le ocurra en nuestro entorno gaditano rescatar la lengua fenicia y reavivar el culto a Gerión o a Hércules, que alguna buena tajada seguro que saca.
¿Pero qué le vamos a pedir a los de la patria chica cuando una buena parte de los socios europeos se resisten a permitir que en el Tratado de la Unión se hagan referencias al himno, la bandera o la moneda común? ¿Tenemos verdaderamente miedo los ciudadanos a perder nuestras identidades nacionales o, por el contrario, es un pertinaz interés de los administradores de turno en conservarlas? ¿Qué ocurriría con Al-Qaeda si sus seguidores optaran por la libertad de conciencia y desapareciera la creencia en la recompensa paradisíaca para los terroristas suicidas? El nacionalismo como ideología política suele ser incompatible con el sentimiento universalista del ser humano, consistente en abrazar todas las lenguas, eliminar fronteras y cuestionar todos los dogmas, religiosos o no.

domingo, 10 de junio de 2007

LAS MASCARAS

De madrugada, ocultándose en la oscuridad de la noche y de sus máscaras de verdugo, bajo el amparo de un puñado de votos que no llega ni para alzar la vista con la mínima dignidad, vuelven a amenazarnos los asesinos de siempre. El comunicado de ETA no tiene desperdicios desde el punto de vista neurolingüistico. Cualquier incipiente terapeuta podría dictar diagnóstico sin equivocarse, ya que tanto la exposición de los hechos e intenciones, como su terminología son de libro. Su encabezado suena a aquellos manuales panfletarios de Camboya o Corea que se dirigían al pueblo de parte de sus líderes: “Nuestro guía revolucionario y padre protector dice que...” “Eta, organización socialista revolucionaria de liberación nacional vasca desea comunicar lo siguiente.” Desde la falsa perspectiva que se otorgan los que se creen en la vanguardia de la sociedad se han cometido las peores fechorías de la historia. Tanto el mártir social como el iluminado político terminan asumiendo una realidad equivocada, que enarbolan como única e inexorable verdad para imponer a los demás.
Hablan de falta de democracia y estado de excepción en un país libre donde existen las urnas, y el único problema para ejercer el voto o la libertad de expresión es el miedo que sienten los ciudadanos ante las amenazas, las extorsiones, los secuestros y las pistolas de quienes han redactado esas sanguinolentas líneas. Hablan del “sufrimiento de este pueblo”, confundiendo quizás el merecido castigo de quien cumple condena por matar con el dolor de sus propias víctimas. Su queja es propia de seres inmaduros y paranoicos que continuamente culpan a los demás de su propia insatisfacción. Su enfermedad se nutre de una visión alucinada de la patria, buscando identidades en un inexistente pasado, escudriñando mitos y exigiendo fronteras más allá de las voluntades cívicas. Por eso ETA prefiere dirigirse al pueblo y despreciar a los ciudadanos.
Dicen que “las máscaras han caído”, cuando la única máscara que deberían arrebatarse es la que cubren sus cobardes rostros y sus mentes enfermas. Con un buen tratamiento todo se cura, pero prefieren vivir ya para siempre en el mundo de redención y violencia creado por sus propias fantasías. Destrozan el proceso de paz como si se arrancaran los cables y los tubos que hacen posible su normalidad. Lo malo es que también la nuestra depende de la suya. Por eso no es entendible que no actuemos todos a una. Es como si los médicos se pelearan entre sí y acabaran dándole la razón a toda esa locura. Surgen voces interesadas e irresponsables que piden elecciones anticipadas porque, según sus argumentos, el equipo médico no ha conseguido lo que se proponía. Esas mismas voces que han sostenido hasta antes de ayer que Zapatero gobernaba como rehén de ETA, hoy le piden cuenta cuando comprueban que la banda, no sólo le culpa de no haber cedido un ápice a sus pretensiones, sino que le llama fascista por defender el marco constitucional. ¿En qué quedamos? Quien busque otro culpable de todo esto fuera de ETA, no sólo estará alimentando los sueños vengadores del terror, sino que debe avergonzarse cuando suene el primer disparo.