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lunes, 18 de febrero de 2008

AURORA DE ALBORNOZ Y EL ÚLTIMO JUAN RAMÓN JIMÉNEZ


La idea de reunir en un volumen todos los textos críticos que Aurora de Albornoz escribió sobre Juan Ramón Jiménez creo que se nos ha pasado por la cabeza a todos los que fuimos sus discípulos y amigos, pues la figura y obra del poeta de Moguer fueron tan decisivas en su vida y formación que no hubo un encuentro, charla o incluso conversación telefónica que mantuviéramos con ella en la que, de forma natural, no surgiera un verso, una anécdota, un juicio acertado o una oportuna apreciación suya sobre la obra del poeta que nos ayudara a comprender la vida. Por sabiduría, buen hacer, sentido crítico, jerarquía académica, iniciativa y, sobre todo, por amistad, le ha correspondido tal empresa a Fanny Rubio, y es muy de agradecer, no porque nos haya ahorrado el trabajo a los demás –que no es poco-, sino porque lo ha llevado a cabo con rigor, respeto, fidelidad a los criterios de nuestra autora, y con el hilo fino que se necesita para tejer toda esta serie de minuciosos escritos que, aunque han funcionado autónomamente cada uno en su momento, forman un vasto y rico mosaico, importantísimo en su totalidad, para adentrarse y entender la obra de nuestro Premio Nobel. El estudio preliminar del libro, que Fanny titula “El juanramonismo de Aurora de Albornoz”, resume nítidamente la percepción crítica, la intuición y el análisis con los que nuestra amiga y, me atrevo a decir –al menos en mi caso, nuestra maestra. se acercó a la obra de su adorado poeta. Aurora de Albornoz –escribe Fanny- resume la poética juanramoniana en la mezcla de instinto e inteligencia, afirmación que podríamos trasladar a la mirada crítica de Aurora. Instinto e inteligencia a partes iguales, no entendiéndose la una sin la otra, porque como sugiere el propio JRJ, la poesía es siempre instinto interpretado por la inteligencia. Nada de esto sería del todo explicable si ignoramos la faceta creadora de Aurora de Albornoz, no sólo en su visión crítica, sino como poeta. Autora de poemarios como Brazo de Niebla, Prosas de Paris, Poemas para alcanzar un segundo, Por la primavera blanca o Palabras reunidas, su acercamiento al texto –como he señalado en otras ocasiones- tiene más que ver con el espíritu intuitivo del poeta que con el empirismo académico, aunque no falten en sus apreciaciones rigurosidad y corporeidad científica. No olvidemos, por otra parte que la profesora de Albornoz había cursado su maestría en Literatura Comparada cuando en nuestro país esa disciplina aún estaba en pañales, y precisamente había recibido clases de JRJ en el año 1953, en la Universidad de Puerto Rico, en cuyas clases se hablaba no sólo de poesía escrita en español, sino de los poetas catalanes, de Verdaguer, de Baudelaire, de Yeats o de Rilke. Su método de análisis es pues resultado de un estudio sistemático de todos los factores literarios paralelos al objeto de estudio en espacio y tiempo. Todo esto lo aplica a Machado, a Unamuno o a Juan Ramón, por citar tres definitivos poetas a los que dedicó gran parte de su trabajo, del que partiría una amplia red que abarca la obra de grandes poetas americanos, como Martí, Darío, Vallejo o Neruda.

En El Juan Ramón de Aurora de Albornoz se sistematiza un pensamiento y se solidifica una interpretación totalizadora sobre una obra total, sobre un poeta total, podríamos decir mejor., entendiendo por este concepto la negación a limitarse a interpretar solamente un aspecto de la realidad. Juan Ramón pretendía, y lo consiguió, aprehender lo inaprensible, el lado oculto de aquello que creemos que es verdad. Para acercarse a un poeta de esta naturaleza, de aspiración a “la estación total”, no bastan ópticas parciales, ni analíticas puramente semánticas, ni planteamientos historicistas, ni fórmulas estructurales, sino una comprensión general de la “obra en marcha”, grandiosa y desbordante, de estilos y cambios plurales, continuamente en proceso de autocorrección. La perspectiva global de nuestra crítica aglutina todas las parcelas y utiliza numerosas herramientas con la sutileza y maestría que se requiere en este caso. En esta relectura me ha sorprendido, en un momento del largo ensayo dedicado a la Nueva Antolojía, y que se publicó como prólogo a la edición de Barcelona, en 1973 (Ed. Península), al referirse al concepto de “poeta total”, nuestra autora señale que “lo total significa, en el lenguaje del poeta, lo que más o menos significa para el común de los hablantes”. Pero unas páginas más adelantes dice textualmente: “En el apartado precedente afirmé que lo total, la poesía total, significaba para Juan Ramón lo general, lo universal. Sin embargo, y a pesar de los hallazgos del momento anterior, quizás faltaba un algo que, a mi ver, el poeta alcanzará en los últimos años: el poeta quería explorarlo todo: el tiempo y la eternidad; la vida y la muerte; el mundo de la conciencia y el subconsciente... Quiso sentir su alma una, y al mismo tiempo, fundirse con la naturaleza. Quiso a través de la creación hacerse dios.” Yo recuerdo la insistencia de Aurora en este término, dios con minúscula, como el poeta utiliza la palabra en el poema Espacio, dios como palabra, como logos, no en el sentido eminentemente religioso del término, sino en el ético y estético a la vez. Cuando el instinto y la inteligencia han logrado hallar la palabra, “el nombre”- nos enseña Aurora- el poeta encuentra finalmente a dios. Juan Ramón intenta no solo conocer a dios, sino participar de la “divinidad”, nos dice. ¿Y no es esto la esencia de los buscadores, de los sufíes, de los budistas, y de tantos hombre y mujeres, poetas o no, perseguidos, juzgados y condenados por la religión de turno? Aurora cita un poema de Dios deseado y deseante, libro que aunque le parece desigual, cree –como ahora creemos todos- que es de las obras más arriesgadas y punteras de JRJ. Poema este muy ilustrativo de la visión última del poeta, de ese diálogo de tú a tú con su propia conciencia, la palabra o la divinidad:

Tu estás y eres
Lo grande y lo pequeño que yo soy,
en una proporción que es esta mía,
infinita hacia un fondo
que es el sagrado pozo de mí mismo.


Aurora de Albornoz fue una intelectual comprometida con su tiempo y su trabajo, como lo fue también Juan Ramón Jiménez, de quien se atrevió a poner en claro públicamente sus ideas políticas, sociales, económicas y estéticas, aguantando más de una impertinencia de aquellos que se oponían ,y se siguen oponiendo aún, a aceptar una postura de izquierda en nuestro exiliado. La recuerdo en un coloquio en la Universidad de Sevilla, donde aportaba unas declaraciones de Juan Ramón a un periódico de La Florida en el que se declaraba socialmente comunista y económicamente federalista. Uno de los participantes en la mesa, concretamente, el escritor Aquilino Duque, saltó inmediatamente de la silla diciendo que eso era una barbaridad o, en todo caso, una de las boutades de nuestro raro poeta. Aurora argumentó que no era precisamente una broma decir eso en los Estados Unidos, en plena caza de brujas. Al día siguiente, este señor firmaba un artículo en El Alcázar, nada menos, poniendo en cuestión la labor crítica de Aurora y censurando la voz de todos los presentes que la defendimos. Viene esta anécdota al caso porque Aurora sabía combinar perfectamente la grandeza espiritual de JRJ, su cosmovisión, su idea de pureza con la materia cotidiana. Jamás intentó arrimar el ascua a su sardina, como suelen hacer otros críticos y profesores para ilustrar su propia teoría, sino que comprendió, en todo momento y lugar, la utilización de palabras y conceptos, la mirada, la focalización y el universo cambiante, mejor dicho, evolutivo del poeta, tanto de su personalidad como de su obra . Sabía que, pese a la valentía del poeta, pese a su exilio dolorido y su tormentosa nostalgia, al término “comunista” le otorgaba Juan Ramón un carácter mucho más universalista, unitario, participativo y totalizador, que el utilizado generalmente en el lenguaje político. JRJ evidentemente no era un marxista, como tampoco lo fue del todo Aurora de Albornoz, a pesar de su militancia, su lucha antifranquista o su “aggiornamento gramsciano”, como a ella le gustaba decir, mientras aspiraba elegantemente el humo de su larga boquilla. Sabía que el mejor Juan Ramón, aquel que estaba todavía por descubrir y leer entre los españoles, y al que la crítica había ignorado, quizás por la excesiva dosis de realismo de la poesía del medio siglo, por el imperativo de la poesía social de aquellos tiempos, era el del proyecto de Cuadernos, el de Lírica de una Atlántida, el de Espacio, el más etéreo, aquél que deseaba componer un poema sin asunto, sin argumentos, dejándose llevar por el ritmo interno de su discurso, como en una sinfonía de Mozart o en una sonata de Prokofiev, según palabras del propio poeta. Sabía también que su pureza, el concepto “poesía pura” era sinónimo, no de eclecticismo ni de vaguedades, sino de desnudez, de esencia y sustancia. Como Octavio Paz, Aurora de Albornoz siempre reivindicó Espacio como el gran poema de la lírica española del siglo XX, comparable, por su extensión, capacidad abarcadora y concepción fluvial, a Asfódelos de Williams Carlos Williams o a Oda Marítima o, quizás Tabacaria, de Álvaro de Campos, o lo que es lo mismo, de Fernando Pessoa. . Supo enseñarnos cómo leer este magnífico poema, cómo interpretarlo poética y musicalmente y, sobre todo, como participar de un Juan Ramón ya instalado en el centro del mundo, su mundo, creador de ese espacio sólo al nombrar, sin tiempo, sin otras coordenadas que su aquí y ahora.
Mucho he hablado con Aurora de este poema y de su estructura musical. Ella amaba la música, aunque no fuera una gran melómana, adoraba el bolero, pero también disfrutaba con Bach, Beethoven o Mahler, y se atrevió a estructurar el texto como si se tratara de un poema sinfónico dividido en tres movimientos, a partir de un tema o célula melódica, que viene a ser toda la espina dorsal de nuestro grandísimo poeta: “Los dioses no tuvieron más sustancia que la que tengo yo”, verso o versículo que más que un inicio indeterminado, es una respuesta anticipada a todo el discurrir del poema. Después, el tema se repite o se sucede con variantes, volviéndose hacia fuera y hacia adentro. Dice ahora el poeta al pájaro: “Los dioses no tuvieron más sustancia que la que tienes tú”. Frente a la idea circular que proponen otros críticos, Aurora habla de un ciclo en espiral, que no se acaba nunca porque nos conduce a un centro, desde donde uno gira y gira al revés de nuevo, hasta volver a recorrer el mundo, su mundo. Un mundo donde Moguer está en La Florida, donde el mar de Sitjes,, su tercer mar, está en las aguas azules de Coral Gables, donde su infancia está viviéndose allí donde la vejez se vive ahora. Es un tumulto ordenado por la palabra, el ritmo, el origen poético de ese caos primero. Los motivos van surgiendo a lo largo del texto, convirtiéndose enseguida en temas-clave, según musicalmente nos propone esta sutil lectura: se asoman y se ocultan, se reiteran, se desarrollan y se convierten en melodías autónomas. Aurora propone un tema con variaciones. Yo lo juzgaría como un leit-motiv wagneriano, o mejor, como la idée fixe o idea fija que encarna al héroe en la Sinfonía fantástica de Berlioz, que viene a ser la repetición aleatoria del tema melódica en diferentes timbres.
Espacio-nos dice Aurora- es, entre otras tantas cosas, el triunfo del “pensar poético de su creador: este interrumpido monologar de la conciencia es un fluir del instinto interpretado –comprendido- por la inteligencia. Mucho habría que hablar sobre la idea de la conciencia como pensamiento autónomo, suspendido, como la palabra poética. Y ese lugar que no puede independizarse del cuerpo, que si es más allá de la muerte, a Juan Ramón le ocurre como a Unamuno, que no la va a sentir en él. “porque el hombre que se sabe de la misma sustancia de los dioses –dice Aurora- sabe, igualmente, que la conciencia -la que hizo palabra a palabra- no sobrevivirá al ser de alma y carne que la ha formado, que la ha cantado”: Dime tú todavía ¿No te apena dejarme? ¿Y por qué te has de ir de mí, conciencia? ¿No te gustó mi vida? Yo te busqué tu esencia? ¿Qué sustancia le pueden dar los dioses a tu esencia que la que tengo yo...¿Y te has de ir de mí tú, a integrarte en un dios, en otro dios que este que somos mientras tú estás en mí, como de dios? Parece que la oigo, a Aurora, más que a él, recitando estos versos o estas prosas, estas preguntas finales de un poema, de una vida que comenzó con una respuesta. Mucho nos quedó por hablar de esa conciencia y de ese dios con minúsculas, porque como dice JRJ y subraya nuestra maestra: “nada es en realidad sin el destino de la conciencia que realiza.” O como escribe Aurora en este libro sobre el poeta .y que es aplicable perfectamente a ella: “El que ha creado, ha trabajado en la búsqueda de un dios.”

Madrid, 15 de Febrero de 2008
Círculo de Belllas Artes
Presentación del libro :
El Juan Ramón de Aurora de Albornoz
Edición de Fanny Rubio