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lunes, 26 de noviembre de 2007

ORÍGENES PARA UN FUTURO: FLAMENCO Y MUSICOLOGÍA

Es curioso que una de las manifestaciones expresivas más importantes de la cultura occidental, como es el flamenco, no despierte entre sus profesionales y estudiosos todo el interés que las nuevas técnicas aplicadas del arte comparado suscita en otras disciplinas análogas. Desde hace varias décadas es imposible concebir la evolución de cualquier tipo de música, literatura o artes plásticas sin tener en cuenta el seguimiento de cuanto se ha cruzado en sus caminos. Cualquier roce, acercamiento o fogonazo aparentemente casual influye en el otro, no sólo circunstancialmente, sino incluso desviando aquello que creíamos su inalterable destino. Así, si resulta incompleto concebir la música de Beethoven sin la poesía de Goethe, o a Picasso sin las máscaras africanas, no podremos construir un mapa general del flamenco sin un estudio valorativo de todas las culturas transversales que han ido configurando su resultado final. Más aún, cuando se habla en estos últimos tiempos de fusión como insignia de una sociedad global y, por tanto, de una representación artística que traspasa límites y fronteras artificiales.

De la misma forma que, en el presente, el flamenco acude a otras músicas más o menos lejanas para continuar su desarrollo y dirigirse a una audiencia más universal, donde las prestaciones del jazz, la música clásica, el fado, el tango o los denominados sonido étnicos son habituales, en el pasado más remoto fueron otros elementos los que impulsaron su nacimiento, y otros muchos los que, en continua mezcolanza, fueron dando forma a su propia existencia autónoma, tal y como la hemos conocido desde el siglo XIX. Si es verdad –y parece que ya no hay duda de eso- que el flamenco halla su génesis en el norte de la India y se va alimentando de las figuras rítmicas, melódicas, tímbricas, literarias y gestuales que va encontrando a través de un sinuoso recorrido euroasiático hasta llegar a Andalucía, ¿cómo no van a hallarse en su más hondo tesoro, las perlas y las joyas heredadas de la música persa en sus dos grandes apartados, el clásico y popular, o los cantos de Cashimira, o los ecos de Siria y Mesopotamia, o el gran melisma bizantino o los ritmos húngaro-rumanos, de los que se intuye una nada casuística derivación, sobre todo a partir de los análisis de Kodaly o Bartok?

Quizás hemos pecado de cierta vaguedad a la hora de remitirnos a los orígenes de nuestro arte por varias razones. Una de ellas es porque hemos preferido otorgarle ese carácter esotérico y milenarista que empaña a toda cultura de raza, abusando del duende y de lo espontáneo como enemigos de la razón y del espíritu científico; otra ha venido provocada por un excesivo voluntarismo, en la mayoría de lo casos obligado, ante el escaso conocimiento e información puestos al alcance de flamencólogos y aficionados que han tentado posibilidades al azar, por puro olfato intuitivo, pero sin el rigor que requiere el rastreo investigativo, la comparación sistemática o la apreciación global de un fenómeno que se nutre de variadísimos componentes a través de un sinfín de raíces. Por supuesto que gracias a la aportación de estos estudiosos hemos podido saber y disfrutar mucho más de cuanto entendemos por cultura flamenca, ya que su inestimable labor ha propiciado la catalogación, el contacto y la cohabitación de cantes y bailes escondidos en los pliegues de un complejo bordado. Pero nos referimos, no sólo al presente o al pasado inmediato, sino a un largo viaje que en este caso consistiría en hacerlo al revés, es decir, desde el punto de llegada hasta el de origen, siguiendo un hilo de Ariadna prendido entre unas músicas que aún se conservan intactas, por allí donde el flamenco ha vivido su primera infancia o, para ser más exacto, su período de gestación
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Uno se podría preguntar si el desentrañamiento del pasado nos llevaría a disfrutar más del presente, o si toda ese presunto saber aumentaría nuestra emoción ante unas buenas siguiriyas. Pero lo que está claro es que la memoria de lo acontecido esclarece el porqué de las situaciones. Se trata, por tanto de tener conciencia de esta música, del mismo modo que la tienen los artistas que la transmiten y la crean, para así luchar contra el olvido y la especulación, sobre todo en una sociedad empeñada en uniformarnos a todos bajo el pretexto de la globalización. No se trata de aferrarnos a nuestro propio ombligo sino de ser universales, en la medida en que permanecemos únicos e intransferibles, en pugna directa contra el olvido. Por eso es indispensable comenzar a indagar en el flamenco con los protocolos y materiales necesarios para sacar en claro una serie de percepciones que han pululado por la imaginación del aficionado durante años y qué pueden ser ciertas o no. Ocurre que este apasionante e inexcusable trabajo habría que emprenderlo desde la órbita de la musicología, entendiendo por esta disciplina la facultad de indagar en los caminos de la expresión sonora, su fenomenología y su historia, desde una perspectiva principalmente musical. Pero no nos podemos olvidar de los estudiosos provenientes de otros campos, que se han acercado al flamenco por sus letras, su baile o el embrujo de sus cantes, y que naturalmente poseen una experiencia e incluso un conocimiento de su acervo más completo que el de muchos musicólogos. Por tanto, habría que emprender una labor común, lo suficientemente consensuada y promovida por las instituciones dedicadas a propagar y preservar el patrimonio flamenco, un proyecto que comenzara por crear de una vez asignaturas y especialidades en los conservatorios y escuelas de música, de la mima manera que ya se han llevado a cabo con el mundo del jazz o la música moderna. O fomentar departamentos universitarios, concretamente allí donde se imparten carreras relacionadas con el arte, la música y la literatura, de manera que los futuros investigadores puedan adentrarse en el territorio del flamenco desde sus respectivas áreas. O incitar, por medio de becas y bolsas de viajes, al estudio in situ y al trabajo de campo que, por medio de grabaciones, escrituras pautadas, nuevos recursos gráficos, seguimiento de las transversalidades y análisis comparativo, fijen una nueva estructura basada en los hechos empíricos más que en el presentimiento. O convocar encuentros y congresos onde investigadores, lamencólogos y musicólogos de diferentes procedencias, escuelas y geografías puedan contrastar sus conocimientos y sus pareceres acerca de una forma de expresión vital cada vez más frecuentada, imitada y respetada en todos los lugares del mundo. Hoy este trabajo no solo puede sino que debe realizarse, porque además de resolver uno de los enigmas más secretos de nuestra cultura, seguro que nos invitaría a mirar más hacia afuera y a compartir el misterio de otras músicas, al tiempo que nos ayudaría a trazar un futuro acorde con el mestizaje actual y respetuoso con la tradición.

MÚSICA EN CÁDIZ

Escribe George Steiner sobre la musicalización de la cultura como uno de los grados ineludibles del humanismo contemporáneo. La música, como la poesía, encierra en sí misma la memoria de los pueblos, y desde ella se rescata todo lo que fuimos y deseamos ser. Por eso es necesaria si no queremos dejarnos caer por los desfiladeros del olvido, que es el lugar destinado a las sociedades mudas y sin posibilidad de canto alguno. Teñir con música aunque sea un minuto de nuestro tiempo es un acto de rebeldía, en cuanto nos recordamos a nosotros mismos.

La celebración en Cádiz por cinco años consecutivos del Festival de Música Española debe ser motivo de alegría y felicitación a sus organizadores por parte de los ciudadanos. No deja de ser un acontecimiento que una ciudad que perdió su tradición musical hace muchas décadas intente recuperar ese hilo necesario que le une con la historia. El Festival nos ofrece la ocasión de escuchar, y en algunos casos descubrir, una serie de obras de nuestro patrimonio, desde la antigua polifonía renacentista hasta la época contemporánea, como es el caso de Sánchez-Verdú, compositor gaditano y algecireño, posiblemente el más internacional de todos los jóvenes músicos españoles. Pero me gustaría incidir en tres cuestiones que me parecen fundamentales para futuras ediciones. Está muy bien que durante los días quee dura el Festival hagamos un repaso por las orquestas andaluzas, como ha venido siendo habitual ¿Pero no sería más correcto que tal rodaje existiera durante todo el año, de manera que los gaditanos, ya que como andaluces contribuimos a su mantenimiento, disfrutáramos de las orquestas de Sevilla, Málaga, Córdoba o Granada. Ese sería un esfuerzo, no sólo de la Junta, sino de nuestras instituciones gaditanas, públicas y privadas, para crear una afición permanente.

Otro punto importante sería la revitalización de la Orquesta Manuel de Falla, apoyada económica y moralmente, con una política musical lo suficientemente coherente y atractiva como para desarrollar una labor educativa y musical en todo el territorio de la provincia, en la que nos impliquemos todos, incluso creando una sociedad filarmónica. ¿Quién no adquiriría los abonos para ocho conciertos anuales, por ejemplo?
La colaboración del Festival con la Cátedra Manuel de Falla del Conservatorio de Cádiz está dando buenos frutos, pero sería deseable una mayor graduación de este centro, con apertura de nuevos departamentos instrumentales que permitiera la formación completa de nuevos músicos gaditanos que en un futuro próximo pudiesen incorporarse a nuestra orquesta o fundar nuevas formaciones musicales.

Por último, cuando el Festival se estaba gestando se barajó la idea de ampliarlo a la música iberoamericana, pero por una serie de circunstancias se optó por limitarlo a la española. Cádiz posee la plataforma histórica y geográfica ideal para ser transmisora entre dos tradiciones sonoras que parten de un mismo tronco ¿De cara a los actos de 2012 no sería oportuno para todos abarcar sus competencias a Iberia (España y Portugal) y al continente americano. Estaría bien que al lado de Cristóbal de Morales o Turina se oyeran partituras barrocas halladas en las catedrales México o Lima, o los compases de Silvestre Revueltas, Carlos Chávez, Lecuona, Ginastera, Villa-Lobos o Piazolla, por citar a los más conocidos. Sería una forma de dar coherencia a nuestra vocación atlántica por encima de los fastos que nos esperan.