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jueves, 24 de abril de 2008

SOCIEDAD LIMITADA

El mundo de la política se parece cada día más al de las finanzas. Será por aquello que predijo Marx hace casi medio siglo, que sin economía no había ideas que llevar a la práctica, por mucha buena fe que se tuviera. Berlusconi hablaba el otro día de consejo de administración para referirse a su futuro consejo de ministros, y es que para qué tanto disimular: el gobierno de una nación en el mundo neocapitalista funciona para algunos como una empresa más privada que pública lamentablemente. Se confunden los intereses, los papeles y hasta el motivo fundacional.

Es ya costumbre general en el mundo, llamémosle civilizado, anunciar los programas de los gobiernos, los proyectos y los resultados a través de los medios de comunicación, como si se tratara de vender lavadoras, televisores o viajes al Caribe. Es más, no contentos con la rentabilidad que le proporciona este sistema de publicidad, algunos compran directamente o fundan sus propios periódicos, cadenas de radio o televisión: una práctica que creíamos en desuso, propia de las dictaduras o de las incipientes y defectuosas democracias, como ocurrió aquí durante el franquismo y la transición con Radiotelevisión Española y los periódicos del Movimiento. Pero mientras la independencia y la objetividad se imponen en determinados medios públicos, en otros ocurre justamente lo contrario. Es fácil encontrar en muchos municipios españoles cadenas de radio y televisión controladas exclusivamente por el ayuntamiento de turno, que dedican la mayor parte del tiempo de su programación a resaltar las hazañas y a alabar las gestiones de sus alcaldes, en un descarado ejercicio de narcisismo pagado, eso sí, con el dinero de todos sus contribuyentes. Naturalmente que tengo en la cabeza a Onda Cádiz y al grotesco espectáculo que nos depara cada día a los espectadores. Me parecería muy bien que ese canal informara a sus vecinos de las actividades que ocurren en la ciudad, incluso de los logros alcanzados y las ideas futuras, pero es que todo, absolutamente todo, se ve en amarillo, y no por los colores del equipo local, sino por el rubio teñido de nuestra regidora, que no hay noticia donde no salga el pelucón. La verdad es que todo esto huele más a podrido que a rancio, que ya es decir. Ese envoltorio y tratamiento de la noticia, además de ser una antigualla con la que cualquier alumno de periodismo suspendería en una escuela actual, es, como mínimo, autopublicidad manipuladora. Cuesta, por ejemplo, ver un reportaje sobre tal o cual pintor gaditano, sin que inmediatamente aparezca la alcaldesa inaugurando su exposición.

Y si de cartelones y de vallas se trata, Cádiz se lleva la palma. Da un poco de rubor, como ciudadano, pasear a algún amigo forastero por la ciudad y encontrarse un anuncio cada poco como si estuviésemos en una feria de muestras. Que si impulsor del puente, que si el futuro parque del cementerio, que si el bicentenario de 1812, que si la cumbre iberoamericana. Todo “con el ayuntamiento de Cádiz”, eslogan exclusivista y pretendidamente inexacto. No sé si, en el balance final de esta sociedad, las ganancias superarán a las pérdidas, pero esto no se hace ni con la conciencia, la dignidad, ni con el dinero de los ciudadanos.