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miércoles, 11 de junio de 2008

LOS NIÑOS INTERIORES

Hoy suena una música distinta entre las fuentes y los árboles del madrileño parque del Retiro, y hasta se podría divisar el mar de Cádiz escuchándola. Esa música la reproduce un ángel flautista pintado por Bernardino Luini, tan perfecto, que bien podría haber sido esbozado por Leonardo da Vinci. Los sonidos que surgen de su flauta están escritos todos en el libro donde figura como pórtico, que no es otro que Los niños interiores, el último y flamante poemario de Pilar Paz Pasamar, publicado por la editorial Calambur, que esta mañana se presenta en el Hotel Palace y que recorrerá, como una novedad, la Feria del Libro de Madrid.

La obra poética de Pilar Paz está ya lo suficientemente consolidada como para esperar a estas alturas una nueva sorpresa que haga cambiar la opinión de sus lectores. Pero en la poesía todo es imprevisible, y basta un vaporoso gesto para que todo cambie o, al menos, nos invite a contemplar la vida desde otro ángulo distinto. Ni el ángel escogido para la portada, ni el título del libro son gratuitos, sino frutos maduros de una intención determinada que brota de la autora en plena cima de su obra. El ángel es símbolo de lo invisible, “de las fuerzas que ascienden y descienden desde el origen hasta la manifestación”, como lo define Cirlot. La flauta emite el cántico más puro y primitivo y, a su vez, se hace eco, en sus sonidos más graves, del dolor profundo. Es timbre femenino, en las antípodas de su forma. Los niños interiores son ángeles que crean la música del corazón, la que todavía no se ha rozado con el mundo y, sin embargo, contiene en su discurso todo el porvenir sin saberlo, toda la experiencia sin aún haberla vivido, todo el silencio que conlleva la sabiduría. La tradición sufí dice que un ángel aparece cada vez que nace un niño, y le sella los labios con el dedo para que guarde el secreto de lo que ya sabe y ha visto antes de venir al mundo. Por eso dicen que los hombres tenemos una oquedad justo encima del labio superior. Pilar Paz no intenta revelar ese secreto en este nuevo libro, porque es imposible e incontable, por sí jugar con sus luces y sombras, con el susurro de ese recuerdo guardado, no en la memoria, sino en el fondo de la conciencia.
Una de las grandes características de nuestra poeta ha sido la de unir cotidianidad, naturaleza y espíritu en una voz sencilla y cincelada, clara y atlántica, como su paisaje marítimo. Este libro es producto de todo un largo proceso iniciado en 1953 con su libro Mara y que no ha cesado de afirmarse durante más de medio siglo. Los niños interiores lo ratifica e incluso nos ofrece claves más luminosas para la visión global de toda su obra, porque nos permite contemplarla desde la inocencia y la pureza de las primeras palabras que llevamos dentro. No se trata, sin embargo, de un libro de nostalgias ni de recuerdos infantiles. Los niños no han crecido porque siguen siendo seres transparentes que habitan dentro de nuestro ser y ahora hablan. Son los mismos niños, los mismos ángeles que tocan esa música universal, pero inaudible la mayoría de las veces, y que nos armoniza a todos, pese a las disonancias de la vida. Ahí está su sorpresa.