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miércoles, 9 de abril de 2008

JACINTO MATUTE

Quizás sea una exagerada pretensión provinciana hablar de una escuela pianística gaditana, entre otras cosas porque en la actualidad nuestra provincia carece de la suficiente tradición musical capaz de imprimir sello y estilo a sus aficionados e intérpretes. Pero lo cierto es que a lo largo del pasado siglo se sucedieron o dieron cita en la ciudad de Cádiz una serie de pianistas de primera fila que, a su vez, fueron creando un magnífico alumnado. A la sombra universal de Manuel de Falla, fueron formándose los nombres de José Cubiles, Camilo Gálvez, Carmen del Castillo, Antonio Escobar, José Ríos o Jacinto Matute, que compartían todos ellos, más que una común manera de tocar, una sutil mirada de acercarse a la música. Del mismo modo que a los intérpretes catalanes o levantinos se les identifica por una cierta mediterraneidad, podríamos hablar de una especie de atlantismo a la hora de escuchar a nuestros pianistas. Más que recrear un ambiente sonoro propio o transmitir el aire de una tierra, estos artistas gozan de una luz determinada, que hace que la música que sale de sus manos sea firme y poderosa, pero a su vez suave y marinera. Escuchemos si no las grabaciones de Albéniz de Cubiles o el Falla de Jacinto Matute, decididas y férreas, pero tocadas por el brillo de esa luminosidad.

Con la reciente muerte de Jacinto Matute puede desaparecer en nuestro país un modo de entender la música para piano. Él tuvo muy pocos alumnos, quizás por su tímido carácter y por sus otras ocupaciones. Tocaba el piano, más que como un oficio, como una vocación irremediable, que alternaba con su profesión de registrador de la propiedad. En sus tiempos -ya se sabía- la música no daba para comer y había que cubrirse las espaldas con un trabajo seguro. Su padre, Don Enrique Matute y Mira, era director del Conservatorio de Cádiz, de la Banda de Música y tenía que dar un montón de clases más para poder salir adelante. José Ríos, su compañero y condiscípulo, brillantísimo y agudo pianista, era catedrático en el conservatorio, pero su sueldo lo tenías que sacar como Perito Industrial en los Astilleros. Jacinto tuvo más suerte y pronto consiguió premios meritorios e importantes reconocimientos. De impagable contribución a la música fue su especialización en la técnica a dos pianos, que él desarrolló magistralmente durante muchos años con la sevillana Ángeles Rentaría. Esta modalidad requiere una casi genética compenetración con el otro. Por eso se suelen acoger a ella gemelos o parientes muy próximos, como las también gaditanas hermanas Palavacini o las francesas Labèque. En este campo, Matute logró todo el calor que quizás le faltaba en otras interpretaciones a solo, quizás por su sentido natural de ida y vuelta, como lo demostró en el “Concierto para dos pianos “de Poulenc o en la fabulosa versión de la “Sonata para dos pianos y percusión” de Bartok. Yo tuve la suerte de recibir algunas clases de él cuando amablemente sustituía a su amigo Pepe Ríos, y si no supe heredar su arte, sí que guardé en la memoria una de sus frases: “Cuando la música se lleva dentro, da igual las circunstancias, siempre acaba por sonar en algún momento de tu vida.”

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