Vistas de página en total

martes, 9 de octubre de 2007

BICENTENARIO TERAPÉUTICO

No se trata ni de dejarse la propia piel –que es la de todos los gaditanos- en la rehabilitación del Castillo de San Sebastián –que dice la alcaldesa-, ni de montar una feria de vanidades y escaparates para el Bicentenario, sino de dar el salto cualitativo para dejar, de una vez por todas, de ser chapuzas y cutres. Cádiz y toda su provincia se merecen estar a la altura de las circunstancias, y para eso deben llevar a cabo en su conjunto una profunda revisión de sus males endémicos: es decir, de sus complejos, traumas y carencias que imposibilitan su avance social, económico y cultural, hasta el punto de haber hecho de la zona una de las bolsas de desempleo más abultadas de Europa.
De nada nos valdría la celebración de 1812 sin la convicción auténtica de que Cádiz debe transformarse en un espacio estratégico para el futuro de las relaciones internacionales a las que el mundo global está llamado. Su situación en la historia y en el mapa geopolítico no puede ser más privilegiada: puente entre Europa y África, portal americano, piedra angular de toda la cuenca mediterránea y faro atlántico para una civilización más abierta y luminosa, donde priven los intereses humanistas y culturales sobre los meramente crematísticos. Para apuntarse a la cultura del cambio hay que estar convencido y dispuesto a dejar atrás todo aquello que nos ata a una falsa tradición, impidiéndonos el libre avance como ciudadanos universales. Muchas veces, desde el poder y desde el fondo de nosotros mismos, alimentamos determinados aspectos y conductas que nos definen como grupo, creando así un círculo local autocomplaciente donde mirarnos constantemente el ombligo: círculo de orgullos y lamentaciones a la vez, trampa de la nostalgia que nos retiene y nos amolda. Por eso es necesario que todas las instituciones políticas, colegios profesionales, entidades culturales y ciudadanos independientes que integran las comisiones y mesas del Bicentenario tengan en cuenta y asuman este reto común, terapia necesaria para que Cádiz no se permita perder la oportunidad única de situarse a la cabeza de todas sus potencialidades, olvidadas tal vez por un cierto desdén colectivo, una especie de conformidad y aburrimiento que durante muchos años han dominado gran parte de nuestro carácter, al margen de las archisabidas simpatías y generosidades que nos otorga merecidamente cualquier guía turística.
Lo peor es empezar la casa por el tejado. Inversiones, estructuras, carreteras, trenes de alta velocidad y monumentos son absolutamente necesarios para crear ese nuevo edificio, pero si no lo sabemos rellenar de un contenido solidario y humano, constantemente cambiante y, al tiempo, generador de ideas, progresista y dinámico, las fechas de 1912 servirán sólo para recordar lo que fuimos hace dos siglos, y no como punto de partida para la libertad futura. Por eso no es nada bueno ni las racanerías por parte de las instituciones, ni los aprovechamientos partidistas, pues poco va a implicarse el ciudadano de a pie en algo que nace cojo desde el principio. Es mucho más importante la autocrítica que el triunfalismo. Es más, sin lo primero seguiremos siendo una sociedad gregaria y chovinista. Con lo segundo elevaremos al cubo nuestras dolencias.

No hay comentarios: