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martes, 9 de octubre de 2007

UMBRAL

Cuesta en el día de hoy empezar una columna periodística sin rendir tributo a uno de los padres del género cuando se acaba de morir. Como a los hijos, la muerte real del patriarca nos abruma la conciencia, aunque en vida hayamos intentado matarlo simbólicamente varias veces, por aquello de conquistar nuestra independencia. Muchos somos los periodistas españoles que hemos aprendido el oficio a la sombra de las palabras de Francisco Umbral, y también muchos –o tal vez los mismos- los que hemos dudado de su coherencia profesional, quizás por el hecho de haber regalado lisonjas y piropos a personajes y propuestas políticas que, en un principio, fueron desdeñadas por la aspereza de su pluma. Lo cierto es que hasta sus más agrestes bandazos ideológicos han sido expuestos sobre el papel con sagacidad e ironía, provocando una sonrisa incluso en los adversarios a sus nuevas posiciones. Les dio la mano a todos y al rato renegó de ellos, así como abrazó de pronto a quienes había menospreciado por su pasmosa vulgaridad. Ahí están sus artículos diarios, fechados desde los tiempos del franquismo, donde adoptó una postura ecléctica, que fue incluso castigada desde el poder de entonces por su eclecticismo, hasta las peanas y monumentos metafóricos al “esperado” Aznar, que venía a salvarnos de los despropósitos de su también admirado González, “artífice de la modernización”, “estadista de primera”, quien había enterrado para siempre la “ambigüedad alcanforada” de Suarez, “prohombre de España y llave de la libertad” (El entrecomillado es hemeroteca). Umbral es ante todo memoria de la reciente historia española, y como catalizador cotidiano de los hechos que constituyen ese fragmento memorístico, ha jugado a esta especie de travestismo sin más pudor que el de ofrecer a sus lectores un reflejo de una sociedad cambiante y variopinta, anatomizada tal vez en su persona.
“Iba yo a comprar el pan…” Toda una generación recuerda ese preludio como el principio de la misa. A partir de ahí toda una fila de personajes de actualidad desfilaban por el artículo con la misma fluidez que el Cid Campeador o Felipe II por los libros de historia. Supo aunar literatura y periodismo con naturalidad, porque él era escritor y periodista como consecuencia de una mirada y oído que radiografiaba y auscultaba íntimamente a la sociedad de su tiempo. Se decía que si tu nombre no salía en negritas en la columna de Umbral no eras nadie, y así se formaba un corro de subdiáconos y monagos por donde pasaba, desde las tertulias del madrileño Café Gijón hasta el distinguido Club XXI. Todo ese incienso y boato le fue haciendo más áspero y ansioso, hasta acusar de conspiradores a quienes no acababan de laurear su labor literaria. “Al fin hemos ganado” le dijo a Pedrojota cuando le concedieron el Cervantes. ¿Quiénes a quiénes? Hoy, si nos contempla ya desde el inmortal Parnaso, seguro que se ha encontrado con Rilke y le habrá sugerido aquel verso final de su Réquiem para el poeta Wolf von Kalckreuth: “¿Quién habla de victorias? Sobreponerse es todo.”

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